Imaginario

Un taxista platicador con facha de carnicero me lleva hasta la Terminal 2. El avión se va en una hora así que curioseo en las tiendas carísimas. Una chica gruesa con una mascada al cuello pregunta un precio, le falta un peso, la dependienta habla por celular, no le interesa que la chica haya cambiado todos sus pesos a dólares. Le doy dos pesos, ella agradece varias veces sonriendo con gusto.

En el avión nos volvemos a encontrar, su asiento está enseguida del mío “hola, que casualidad” dice sin mucha emoción, siento lo mismo pues quiero leer toda la Historia del Ojo de Bataille aunque tengo por un momento ganas tremendas de preguntarle su nombre. Se queda dormida con la boca abierta y el cuello inclinado hacia atrás, no puedo evitar acordarme de una foto mía en idéntica pose rumbo a Río Lagartos para la clase de ecología. Al rato viene la sobrecargo ofreciendo bebidas, yo pienso en pedirle como siempre un jugo de manzana, es como un amuleto de la suerte para mí lo mismo que todas las rutinas. La chica a mi lado se adelanta y pide: ¡jugo de manzana! Una rabia súbita me invade. Antes hubiera cavilado todo el asunto de la casualidad cada vez más obvia hasta quedar paranoica pero le doy una bofetada al pensamiento haciéndolo a un lado, mientras sorbo mi jugo de tomate.

Llegamos a tiempo, los pasajeros empiezan a descender, mi doble observa todo atenta como yo, una voz anuncia que hay otra salida por la parte trasera del avión, ella y yo decimos a coro tratando de decidir por donde salir: “estamos en medio” me llevo una mano a la boca y quiero salir corriendo (algo imposible en un avión) la chica me cede el paso creo que sin notar mi turbación, camino de prisa, bajo a tierra y sigo hasta una distancia que me parece considerable, ¡por fin! mi otro yo se va a Phoenix dejándome sin el significado de nuestro encuentro.