VIAJAR EN SILENCIO

La acróbata me llamó el jueves en la noche, muy noche. Me dijo: voy a Hermosillo, querés mandar algo? me quiero mandar a mí, pensé. Y es que ni viernes ni lunes había clases y es que tenía un par de días soñando al hijo y es que hubo un funeral en la familia y es que tenía mucho que leer y leer se puede hacer en cualquier lado.

Entonces, lo dije: me quiero mandar a mí.
Y me mandé a mí.

En su auto cruzamos a Juárez, nos perdimos. El foquito de la gasolina se perdió. Ya lo dije: Juárez no es un lugar para perderse, mucho menos de noche y sin gasolina. Tenía miedo, sí pero lo oculté en el monedero (también oculté el monedero, por si las dudas).

El caso es que llegamos 5 minutos antes de que saliera el último camión. Llegamos a Hermosillo 12 horas después. Llegué a la casa de mis padres y el único que estaba ahí era mi hijo que gritó, corrió, me abrazó y me miró con unos ojos cristalinos.

Hice bien en venir, me dije.

No le llamé a nadie, no le avisé a nadie, no vi a nadie. Pasé estos días en casa, con mi hijo y con mis padres. Leí, hice tarea pero más que nada: estuve con mi hijo.

Queridas Mafaldas, no las vi pero ustedes de todos modos siempre están conmigo y, seguramente, de estar lejos muy de los suyos, hubieran hecho lo mismo que yo: viajar en silencio.

2 comentarios:

  mar adentro

12 de septiembre de 2010, 7:55

Bien hecho, bien hecho. Un abrazo.

  Anónimo

14 de octubre de 2010, 7:39

Eso fue como una teletransportación.