Yo vivía en otra ciudad. Quizás era por ello que las calles me miraban un poco más grises, que no lograba avanzar entre las tandas de garotas con vestidos y tatuajes, y que los aparadores se me antojaban todos iguales. Hasta los charcos eran helados y ocupaban el espacio justo en esa temporada y en esa ciudad, y el verde de los parques - porque había muchos - parecía recién sacado de su cajita, plastificado e inmaculado, listo para que todas las almas que vagaban lo inspeccionaran de lejitos y sin pisarlo. Y todo, todo era meticulosamente planeado: las hileras de personas que esperan para subir al autobús - corteses, alineadas, en-hileradas; así como el paso de los mismos - tan constante con el tiempo que parecía una mentada a la posibilidad de tardarse cinco segundos de mas en tu desayuno de las más deliciosas sandías y bananas.
Uno de esos (pocos y mentados) días en que se me hizo tarde, tuve que esperar los exactos 15 minutos al siguiente autobús. Puesto que observar el efecto de en-hileración de las personas ya era algo cotidiano, mi mente vagó, y vagó, pero mi vista la trajo de regreso a algo insólito, a algo genial: a justo lo que muchas esperamos como señal del cielo, algo así como un letrero que diga "Sus Respuestas por Aquí, Pase Usted", pero hecho realidad. Ahí, en la calle atestada de carros que transitaban a velocidades adecuadas para choques, iba pasando un autobús amarillo no diferente al que tendría que tomar en contados minutos, pero con el destino más perfecto jamás visto. Pues sí, señores. Las personas que lograron encontrar la parada para dicho autobús (que para mi fue, es y seguirá siendo un misterio), se dirigen rumbo a la Felicidad.
(¡qué bonito hubiera sido poder tomarlo, y sin problemas, pagar 2.5 R y esperar sentadita a llegar ahí, a la Felicidad, al lugar donde siempre he querido estar…!)
Somewhere else..
domingo, julio 6 en 12:19
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario